Alberto López de Mesa

En algún día decembrino de 1985 fui invitado por mi amigo, el poeta Roberto Pinzón Galindo, a una de las tertulias que solían oficiar sus parientes en la casa taller de su papá, el pintor Roberto Pinzón. Esa vez festejaban el inicio del rodaje de la película “Pisingaña”, adaptación de la novela “El Terremoto”, de Germán Pinzón y dirigida por su hermano Leopoldo.

Los comentarios se enfocaron en la literatura, mentamos desde El Carnero, de Rodríguez Freyle; la dramaturgia de Vargas Tejada; de Sobremesa la novela extraviada de José A. Silva, y claro, lo del costumbrista Álvaro Salom Becerra.

Vale decir que realizar una película en ese momento histórico era algo providencial, pues el país acababa de padecer dos grandes tragedias: el seis de noviembre, la toma del Palacio de Justicia, por un comando del M19, y a la semana siguiente, el 13, la avalancha de lodo que acabó con el municipio de Armero. Por supuesto, junto al festejo cervecero por el rodaje en mención, se opinaba de los sucesos coyunturales. Por la familiaridad de la conversa entendí que eran frecuentes esas tertulias de los hermanos Pinzón Moncaleano y, entendí también, porque no asistía el otro hermano, el famoso comunicador Carlos Pinzón.

La verdad yo me sentía como mosco en leche, ya porque era visita, no era familia, y ellos tertuliando de locales se conocían el modo diletante de cada cual, sumado a que todos allí eran cachacos y yo costeño samario. De suerte, que el señor Germán le dio un viraje a la charla hacia un tema propicio para mi participación.

Sacó de su maletín un libro de editorial Bruguera, primera edición de la novela Sin Remedio que, según dijo con ufanía, acababa de leer. Seguro de su idoneidad, el respetable escritor elogió la obra que tenía en las manos, resaltándole tres virtudes con argumentos contundentes: “Antonio Caballero ha escrito la primera novela bogotana de la modernidad, inaugura la literatura urbana en Latinoamérica, abandonando el ya gastado tema de la violencia y las dictaduras…”

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