Por Alejandro Ortiz

Acusaron a Idelfonso Montealegre de no transparentar los recursos públicos

Durante la noche del jueves y hasta las primeras horas de este viernes, vecinos de la localidad San Juan Huexoapa, municipio de Metlatónoc, mantienen retenido al presidente municipal, Idelfonso Montealegre Vázquez.

De acuerdo con la información recopilada, ayer por la mañana inicio un bloqueo carretero en el tramo que conecta a Metlatónoc con la citada localidad; fue hasta la noche cuando el alcalde acudió a atender a los habitantes.

Los enfurecidos manifestantes retuvieron desde entonces el presidente municipal, emanado del Partido del Trabajo, y acusaron a la administración municipal de falta de obras para las localidades; desde entonces, Idelfonso Montealegre se encuentra retenido por los pobladores.

Hasta el momento se desconoce si hay intervención de autoridades de otras índoles para lograr la liberación del presidente municipal de Metlatónoc.

En las comunidades de la Montaña de Guerrero, los abuelos no tienen acceso a servicios médicos; tampoco a vivienda digna ni alimentación sana. Trabajan más de 12 horas al día y consiguen menos de 7 pesos por jornada. Programas para Vivir Mejor prefirieron remozar fachadas y construir curatos antes que establecer el primer hospital para los na’saavi, me’phaa y nahuas de la región.

San Pablo Atzompa, Metlatónoc, Guerrero. Las manos, gruesas y abundantes en callos, deslizan con destreza las hebras de tule. Las palabras en na’saavi fluyen tan rápido como los dedos entreveran los tallos. El matrimonio formado por Daniel Pantaleón Luna y Guadalupe Avilés Cano teje sombreros. Los abuelos, cuyas edades rondan los 60 años, se apresuran a completar una docena, la única manera de obtener algunos pesos.

A pesar de que desde el alba y hasta que la luz del sol se va sólo se dedican a confeccionar los rústicos tocados, tienen dificultades para finalizar los seis al día que les corresponden a cada uno. En cuanto completen tres docenas bajarán caminando –un trayecto de 5 horas– hasta la ciudad de Tlapa de Comonfort para venderlos.

Por los 36 sombreros les pagan 120 pesos. Ellos debieron desembolsar antes 80 pesos en la compra de un tercio de palma o tule con que los elaboran. Así, su “ganancia” se reduce a 40 pesos… O 20 pesos para cada uno por tres jornadas completas. Es decir, cada abuelo gana 6.66 pesos al día, en jornadas de más de 12 horas de trabajo.

No cuentan con ningún tipo de seguridad social ni saben de ningún Artículo 123 que “garantice” sus derechos; tampoco de la responsabilidad que el Estado y los empleadores tienen para con los trabajadores, según lo establece la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. No hay representantes gubernamentales en varios kilómetros a la redonda. Tal vez sea mejor así: formalmente serían para el Estado mexicano “personas físicas con actividad empresarial” y seguramente estarán “evadiendo” impuestos…

En silencio, él y Guadalupe Avilés recorren con la mirada su hogar: dentro de la choza de tablas y lámina galvanizada, el espacio para el fogón, un comal, dos pequeñas sillas y una tina con maíz nixtamalizado. En la otra esquina, leña y un bote de plástico con envases vacíos de refresco. Del techo cuelga un garrafón desocupado. Nada más.

Invitan a su “otra casa” (en realidad la otra habitación), donde también el piso de tierra se hace lodo en las partes más húmedas. Es el “dormitorio”. Al fondo, cuatro huacales sostienen cinco tablas. Sobre de éstas, un petate. Es la cama. El panorama se completa con ropa amontonada en cajas de cartón, un foco y, sobre una mesa de madera desvencijada, un aparato estereofónico.

Mediante la traducción de Eulogia Flores –na’saavi del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan–, Daniel y Guadalupe platican sobre su vida en una comunidad de la Montaña de Guerrero, considerada la región más pobre del país. “Somos campesinos –explica Daniel–; sembramos la milpa, pero el maíz no nos alcanza para todo el año”. Guadalupe completa: “Entonces hacemos sombreros de palma y los vendemos en la ciudad de Tlapa para comprar maíz”.

Pues aunque no nos gustara –responde Daniel–. No conocemos otra cosa. No sabemos hacer otras labores en las que se gane más. Nada más sabemos el campo y los sombreros.

Quienes sí decidieron trabajar fuera de la Montaña fueron sus hijos: “Decían que con lo de los sombreros no alcanzaba para mantenerse y ya no quisieron aprender de su papá –señala Guadalupe–; y mejor se fueron hasta Nueva York para ganar más”.

Al contrario, hicimos mucho gasto cuando ellos fallecieron. Por el traslado de los cuerpos gastamos mucho. Y eso que el síndico de Metlatónoc nos ayudó para traerlos a enterrar aquí. Y ya no pudimos traer a los nietos. De eso hace 5 años y los niños ya crecieron allá.

Interrumpen sus labores. Guardan silencio. Cabellos desordenados, rostros enjutos, arrugan el entrecejo. El viento frío campea en la casa: se cuela sin problema alguno por las paredes de tablones. Afuera, arrecia la lluvia. Pesadas nubes grisáceas han chocado con la montaña y se deshacen en millones de gotas.

Daniel y Guadalupe son parte de los casi 1 mil 400 habitantes de esta comunidad, una de las más populosas de las 40 que pertenecen a Metlatónoc, un municipio ciento por ciento indígena. En toda la demarcación habitan 18 mil 976 personas, de acuerdo con la más reciente Encuesta de población y vivienda realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (2005). La mayoría de los habitantes es monolingüe: na’saavi, 12 mil 390, y me’phaa, 1 mil 269. Más de la mitad de los mayores de 15 años (52 por ciento) no sabe leer ni escribir. El promedio de años cursados en educación formal es de 3.2. Apenas 3 mil 769 tienen acceso a las atenciones médicas.

Desde la cabecera municipal, el secretario general del ayuntamiento, Federico Vázquez Ramírez, ofrece –sin proponérselo– un panorama de devastación.

“Carecemos de muchos servicios. Sí tenemos tres médicos aquí en la cabecera, en el centro de salud”. Inmediatamente aclara: “no es hospital: es centro de salud”.

La historia de los municipios de la Montaña guerrerense se repite: la demanda de atención médica rebasa a los doctores. “No se dan abasto”, explica Vázquez Ramírez. No cuentan con suficientes medicinas ni con equipo médico. Tampoco hay espacio para camas ni para atender a los enfermos; por eso a los que se enferman hay que trasladarlos a [la ciudad de] Tlapa o a [la de] Chilpancingo… Estamos muy mal con el servicio; pero no es culpa de los médicos; ellos hacen lo que pueden”.

Con tres; pero aunque estén, aquí no se puede atender algo serio, pues no hay equipo para sacar radiografías ni para hacer estudios. Solamente se puede hacer lo más sencillo, como curaciones. Ahorita tenemos la suerte de que dos estudiantes de enfermería de la UNAM [Universidad Nacional Autónoma de México] vinieron a hacer su servicio social. Estamos muy contentos con ellos, pues también se atienden los partos. Y lo hacen sin ningún sueldo.

No hay. Estos mismos tres son los que se dan su vuelta por las comunidades. Tienen su itinerario, su programa de visitas… –Repara en que se trata de 40 comunidades y cerca de 18 mil habitantes–. Como decía, estamos muy mal.

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