Efraín Flores Iglesias
No cabe duda que la muerte de un familiar o amigo cercano es una de las experiencias más dolorosas y difíciles que cualquier ser humano puede vivir.
El hecho de pensar de que nunca más volveremos a ver, reír, escuchar o sentir cerca de nosotros a nuestros amigos y familiares, desde luego que duele; sobre todo, aquellos con quienes pasamos largos ratos de convivencia.
Es cierto, la muerte es parte de la vida humana, pero es muy difícil aceptarlo, ya que se siente un fuerte vacío en el alma.
La tarde de este lunes y a 72 horas de haber iniciado el año 2022 me enteré de una lamentable noticia. Mi amigo, el distinguido tixtleco, bohemio y genial conversador, Don Vicente Astudillo Navarro, perdió la vida a consecuencia de una grave enfermedad que le aquejaba desde hace varios meses.
Confieso que la noticia me impactó demasiado. No lo podía creer. Pero con el paso de los minutos, cientos de tixtlecos y personajes de la clase política estatal enviaron desde sus cuentas de Facebook sus condolencias a las familias Astudillo Navarro y Astudillo Cuevas.
A Don “Chente” Astudillo, como era conocido en la tierra del generalísimo Vicente Guerrero Saldaña y del gran bardo Ignacio Manuel Altamirano Basilio, lo conocí en el año 2001 cuando un servidor tenía escasos 15 años y era estudiante del primer semestre en el Colegio de Bachilleres (Cobach) plantel 11.
Era un señor de aproximadamente 58 años, tez blanca, cabello ondulado y que medía entre 1.75 y 1.77 metros en ese entonces.
Lo conocí gracias a mi paisano y apreciado amigo, Gonzalo Guerrero Suárez, y a mi tío, Ismael “El Güero” Rojas Mosqueira, quienes en ese entonces apoyaban en la elección interna del PRI para la Presidencia Municipal de Tixtla, al arquitecto y empresario gasolinero, Edgardo Astudillo Morales, hermano menor de Don Chente y tío del ex gobernador Héctor Astudillo Flores.
La primera impresión que me llevé del señor Vicente Astudillo es que era una persona déspota y que le gustaba mandar a medio mundo. Pero poco a poco lo fui conociendo mejor. Y no era tanto como lo percibí en un inicio.
Era un hombre de carácter fuerte y que hablaba siempre de frente y sin titubeos. A muchos nunca les cayó bien, pero él mismo decía que “no era monedita de oro para caerle bien a todos”.
¿Y qué hacía un adolescente en una campaña política en donde la gran mayoría de sus integrantes eran adultos (hombres y mujeres) y personas de la tercera edad?
Desde muy pequeño acompañé a mis señores padres en las marchas y mítines de varios candidatos en Tixtla y Chilpancingo. Y eso siempre me llamó la atención. Tal vez porque algunos de mis ancestros fueron presidentes municipales o estuvieron involucrados en asuntos políticos, y porque fui un constante declamador durante la Primaria y después un concursante de oratoria (bachillerato).
Luego de que Edgardo Astudillo fue nominado como candidato del PRI a la Alcaldía de Tixtla, el entonces gobernador René Juárez Cisneros (qepd) y la dirigencia estatal del tricolor decidieron que el candidato en el distrito II local (hoy distrito 24) fuera el abogado Joaquín Mier Peralta, un personaje que no tenía arraigo en los municipios de Mochitlán, Quechultenango y Mártir de Cuilapan (Apango), y que inicialmente pretendía ser el candidato a alcalde en Tixtla, la tierra que lo vio nacer.
Era un hecho que en Tixtla ganaría la elección el arquitecto Edgardo Astudillo, ya que el PRD había realizado un pésimo papel al frente del Ayuntamiento en el trienio 1992-2002.
En uno de los eventos de campaña en el que coincidieron, tanto Edgardo Astudillo como Joaquín Mier, y en el que estuvo presente Don Vicente Astudillo, el candidato a diputado local me invitó a formar parte de su equipo y a acompañarlo en los cuatro municipios del distrito II. Sin pensarlo tanto, acepté y conocí mi distrito.
Edgardo Astudillo y Joaquín Mier, a pesar de que no compaginaban políticamente, se alzaron con el triunfo en octubre de 2002. Y durante casi un año, el hombre fuerte del Ayuntamiento tixtleco fue Don Vicente Astudillo.
Años después, Don Vicente y yo nos hicimos amigos. Fue a partir del año 2008 en que conocí al amigo, al ser humano, y no al político.
Durante un buen tiempo coincidimos y convivimos en el restaurant “El Potrillo Colorado”, cuyo propietario era un amigo en común: Alejandro Hernández Abraján, mejor conocido en Tixtla y sus alrededores como “Cano”. Aunque en varias ocasiones también nos saludamos en Chilpancingo.
Recuerdo que en 2014 Don Vicente me invitó en una tarde a su casa que se encuentra a unos metros del Palacio Municipal. Comimos y la plática se hizo muy larga. Lo que me llamó mucha la atención es la forma en que él jugaba con sus dos perros Alaska. Se le notaba muy feliz. Nada que ver con el personaje que saludé por primera vez en la casa que un día habitó su señor padre, Vicente Astudillo Alcaraz, ex alcalde de Tixtla en el periodo 1975-1977.
Cada vez que coincidíamos nos tomábamos unos tragos de whisky (y a veces mezcal o tequila) y escuchábamos las canciones que a él le gustaban: románticas y rancheras.
Don Vicente fue un priista de toda la vida. Pero eso sí, jamás fue un agachón. Siempre que podía criticaba las malas decisiones que tomaban los dirigentes de su partido, sin importar que algunos fueran de su propia familia.
También participó en algunas manifestaciones que realizaban campesinos y comerciantes en contra de algunos alcaldes emanados de su partido. Era, pues, un hombre de ideas firmes y comprometido con las causas sociales.
El pasado 22 de diciembre cumplió 79 años de edad. Lamentablemente, ya no pudo festejarlo como él hubiera querido, como tampoco lo hizo en Navidad y Año Nuevo. Pero estoy seguro que Don Chente ya no está sufriendo y se encuentra ya con sus padres: Doña Gloria Navarro Castro y Don Vicente Astudillo Alcaraz.
A sus hijos América Yolanda, Rodolfo y Constanza, así como los demás integrantes de su familia, les envío mis más sentidas condolencias.
Descanse en paz, Don Chente.