Andrés Manuel López Obrador no se puede llamar sorprendido por la presencia de un funcionario de larga data al que por doquier se menciona como ligado al narcotráfico y beneficiario económico del mismo, a cambio de protección política y policiaca, desde el sexenio de Miguel de la Madrid.

Se trata de Manuel Bartlett Díaz, director general de la cada vez más emproblemada Comisión Federal de Electricidad –justo a partir de que él tomó las riendas de la empresa productiva (sic) del Estado–, a quien ha alcanzado su pasado tras la recaptura hace unos días de lo que queda de Rafael Caro Quintero.

Ya le he platicado aquí, sólo como un ejemplo, de un suceso ocurrido a mediados del sexenio de Miguel de la Madrid…

… cuando inocultablemente, Bartlett aspiraba a sucederlo en Los Pinos…

… pero bajo las cuerdas comenzaban a correr versiones…

… sobre el involucramiento de quien era secretario de Gobernación…

… junto con ciertos comandantes y agentes de la DFS…

… en el negocio del narcotráfico.

— Si tu amigo Manuel quiere ser Presidente de la República –le dijo un columnista a uno de sus amigos más cercanos, quien apoyaba a Bartlett en la consecución de su meta–, dile que en Oaxaca acaba de haber una matazón y que allá se dice que los muertos eran narcos que trabajaban para él. Que aclare, si es que es mentira…

— Y ¿por qué no se lo dices personalmente? –replicó el amigo de Bartlett, quien gozaba del derecho de picaporte en las oficinas que antes ocuparan con enorme dignidad don Jesús Reyes Heroles, el de a de veras, y don Enrique Olivares Santana, el político ortodoxo por naturaleza.

Así que se dirigieron al vetusto edificio de Bucareli. Apenas llegaron el secretario particular los hizo pasar al Salón Juárez, donde esperaron unos cuantos minutos a ser recibidos.

— Pasa tú solo –le pidió el amigo al columnista.

Y ya adentro, tras los saludos protocolarios, el periodista le dijo a Bartlett lo que sus fuentes le habían confiado.

— ¿Escribo de eso, Manuel? –le preguntó a sabiendas no sólo de cuál sería su respuesta, también consciente de que no lo haría por ser el del narco un tema tabú, muy peligroso.

Lo es, todavía.

Negar, negar, negar, pero…

El columnista salió del despacho. Su amigo le dijo que él se quedaría a comer con el secretario. Y él se dirigió a su propio compromiso en un restaurante cercano.

Ya por la tarde recibió en la redacción de su periódico un telefonema del amigo mutuo.

— Óyeme, ¿por qué no le dijiste a Bartlett lo que me habías platicado?

— ¡Cómo no! –replicó el colega. Se lo dije tal cual me lo confiaron y tal y como lo conversamos tú y yo.

— Pues dice que no. Dice “no. No me dijo nada de eso”.

Luego el columnista se enteró de que a la semana siguiente su amigo llevó a una periodista que había obtenido de sus propias fuentes oaxaqueñas la misma información que él.

Y el secretario de Gobernación de Miguel de la Madrid repitió el numerito.

Bartlett volvió a mentir. A negar. Negar y negar.

Negó que ella le hubiera dicho algo siquiera del narco-asunto donde lo involucraban.

Y ante tantas mentiras, el amigo del columnista renunció a su cargo político unos días después.

Y por supuesto dejó de apoyar a Bartlett en la obtención de la candidatura presidencial priista.

Lo que sigue es bien sabido.

Que Manuel Bartlett habría tenido que ver con el asesinato del agente de la DEA, Kiki Camarena Salazar; de la proditoria emboscada mortal del columnista Manuel Buendía…

… y que claro que puede entrar a territorio de Estados Unidos…

… pero que no puede salir.

Que…

No obtuvo, por supuesto, la candidatura presidencial priísta.

Traía –y aún trae– muchos cadáveres en su clóset personal

Por eso su cara de amargura desde entonces.

Pero sigue mintiendo.

Como su avaricia por el dinero, por las casa, mentir en él ya es una característica personal