Andrea Padilla Villarraga

 “Yo, chigüiricida”. En ella arremetió contra el vegetarianismo, calificándolo de inútil y peligroso. Afirmó que “comer más arroz no implica renunciar al acto de matar, solo lo hace más cómodo”, y que “no es inocente quien cree que no se necesita tumbar el monte para cultivar las hortalizas”. O sea, que no es más “chigüiricida” quien mata a chigüiros porque sí que quien se alimenta de cereales, vegetales o leguminosas, por los daños colaterales de las actividades agrícolas. En otras palabras, que quien elige no comerse a los animales y quien le baja la cabeza a un chigüiro (o a otro animal) de un machetazo manejan el mismo estándar moral. Mejor dicho, que haga lo que haga usted es un matón.

Pero más allá del tono socarrón que se percibe en el texto contra quienes profesamos respeto por las vidas de los animales, eligiendo no comerlos, lo grave de las afirmaciones de la bióloga es precisamente que es ella quien las hace. Si salieran de un taurino, un ganadero o un cazador, sería anecdótico: otra sandez más. Pero Baptiste es una figura pública con reputación en el mundo de las ciencias ambientales, que no debería permitirse ligerezas contraevidentes.

¿Cómo afirma, sin sonrojarse, que el vegetarianismo es inútil cuando científicos de todo el mundo, integrantes de la FAO, del IPCC, de observatorios de los ODS y de instituciones académicas vienen señalando, con datos duros, que la crianza de animales para consumo es, de lejos, una de las principales causas de la crisis climática y la degradación ambiental global? ¿De dónde saca la bióloga que comer arroz tiene el mismo impacto ambiental que comerse un pedazo de carne de animales, cuando, por ejemplo, se requieren 15.000 litros de agua para producir un kilo de carne y tan solo 1.500 para producir un kilo de granos? ¿No le sirven a la exdirectora del Instituto Humboldt las escandalosas métricas de uso del suelo, deforestación, pérdida de biodiversidad y emisiones de GEI asociadas a la ganadería? ¿Sabrá ella que la devastación de la frontera selvática tiene su causa primera en las actividades ganaderas, y que el 97 % de la harina de soya —leguminosa cuya propagación seguramente nos achaca a los vegetarianos— se usa para engordar a los animales que serán convertidos en comida; lo que supone, además, un ciclo de destrucción e ineficiencia energético-ambiental? Francamente es insólito.

Me quedo con las sólidas voces de científicos que, responsable y desapasionadamente, instan a los gobiernos a promover medidas para desincentivar el consumo de animales e incentivar el de alimentos de origen vegetal. Voces que no creo que la bióloga califique de “ignorantes”, “fanáticas” u “hordas llenas de buenas intenciones”, como sí se refiere, en cambio, a quienes consideramos que alimentarse sin animales es una opción ética poderosa. Y no porque creamos que sacar a los animales del plato nos hace ambientalmente inofensivos (comparto con la bióloga la idea de que “ningún sistema productivo agrícola es totalmente amigable con la biodiversidad”); más bien, es porque elegimos no hacer parte de un sistema de destrucción ambiental y de producción de sufrimiento de animales, en aras de causar el mal menor. ¿Por qué ir en contra de una decisión responsable y empática? ¿Por qué burlarse de quienes elegimos respetar a los animales y, de paso, no contribuir a una forma arrasadora de producir y consumir? Como escribió Carolina Sanín, a propósito de la misma columna: “Una cosa es no ser vegetariano. ¿Pero ser antivegetariano? ¿Qué sentido tiene oponerse a la compasión de otro? Quien ridiculiza al otro por eso tiene una rabia que poco tiene que ver con el vegetarianismo”. Lo que pareciera haber acá es una relación con la naturaleza por sanar.

Creo que, tratándose de una voz autorizada, lo responsable por parte de Baptiste sería alentar a las personas a sacar a los animales del plato y elegir informadas, en vez de estimular la idea falsa y nociva —atractiva para conciencias autocomplacientes— de que el vegetarianismo es inútil. Lo de su supuesta peligrosidad ni siquiera merece un comentario. Peligroso es usar el poder que se tiene para alentar el inmovilismo y servirles a quienes viven de explotar la naturaleza y a los animales. Peligroso es alimentar el continuismo de un sistema arrasador de producción de comida que nos tiene en el filo de la supervivencia y somete a vidas miserables a miles de millones de animales sintientes. Peligroso es dejar que la soberbia hable en un momento en el que el mundo necesita tanta compasión.

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