Leopoldo Villar Borda

Un mundo que se ha acostumbrado a ver como cosas corrientes los adelantos científicos y tecnológicos más prodigiosos, como la comunicación audiovisual instantánea entre las antípodas, recibió como una noticia más el lanzamiento del telescopio espacial James Webb, disparado el 25 de diciembre desde la Guayana Francesa en un viaje sin regreso hacia las estrellas. Será una expedición de millones de kilómetros por profundidades desconocidas en busca de una respuesta a la pregunta que la humanidad se está haciendo dese el principio de los tiempos: ¿cuándo y dónde comenzó el universo?

Más allá del origen de la vida en nuestro planeta, que sigue siendo un misterio a pesar de los hallazgos sobre la evolución, lo que se pretende descubrir con el envío del telescopio más poderoso diseñado hasta ahora es la forma y, si es posible, el momento y el lugar en que apareció la materia inanimada que precedió a la vida y las galaxias fueron disgregadas por el big bang en un espacio cuyos límites no conocemos. Un espacio en el cual, como un punto minúsculo en medio del inmenso ámbito sideral, la bola enfriada de piedra, aire y agua que llamamos Tierra dio lugar a la combinación de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno que constituye las células de la materia viva.

Lo que no han podido descifrar todos los sabios que en el mundo han sido es la meta de este ambicioso proyecto, cuya realización es el resultado del esfuerzo conjunto de astrónomos y científicos de 17 países apoyados por la NASA, la Agencia Espacial Europea y la Agencia Espacial Canadiense. Ha sido el sueño de los astrónomos durante décadas y, en un sentido más amplio, el anhelo de los seres humanos desde cuando el primer Homo sapiens tuvo la capacidad de pensar y hacerse las preguntas primordiales: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Qué me espera?

Durante milenios los filósofos y los hombres de ciencia se han devanado los sesos tratando de encontrar respuestas razonables a estos interrogantes, mientras las religiones ofrecen soluciones basadas en la fe. Con el mismo propósito, el telescopio espacial bautizado con el nombre de segundo director de la NASA viajará a través del espacio y hacia atrás en el tiempo. Dentro de seis meses comenzará a captar y transmitir a la Tierra las imágenes más distantes que podrá observar la humanidad de lo que hasta hoy es tan desconocido que se pierde en la oscuridad cósmica.

Los científicos espaciales esperan que los poderosos lentes del telescopio permitan dilucidar el origen de las estrellas y galaxias más alejadas de la Tierra, que según los cálculos más aceptados aparecieron hace 13.000 millones de años. Confían en que esa información les ayudará a profundizar lo que se sabe hasta ahora de los agujeros negros y de los elementos que dieron origen a la vida, como el oxígeno y el agua.

Esta formidable expedición espacial, que costó US$10.000 millones y tardó tres décadas en prepararse, es más ambiciosa que todas las realizadas hasta ahora. Lleva el nombre de Webb en reconocimiento a su labor al frente de la NASA, en la que dirigió el Programa Apolo, que hizo posible la realización de otro sueño: el de lograr que un ser humano diera el primer paso sobre la superficie de la Luna en 1969.

A semejanza de lo que significó ese paso, se puede decir que la misión iniciada en la pasada Navidad es un salto mayúsculo de la humanidad en su aspiración de conocer todo lo que rodea a su pequeño hogar planetario. Pero más aún que eso, es un atrevido intento por desentrañar el enigma de la Creación.

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