Enfoque Informativo

Lisa es un personaje icónico que conoce muy bien el término “autoexigencia”. Es perfeccionista, metódica y tiene baja tolerancia a la frustración. Con ocho años, domina el saxofón y las materias que se imparten en la escuela.

Su inteligencia y su compromiso con los valores morales hacen que se siente como sapo de otro pozo en la familia Simpson. ¿Podríamos decir que es la oveja negra de la familia? Su coeficiente intelectual de 156 parece alejarla de las personas que están a su alrededor.

Veamos por qué Lisa es una niña torturada por su hiperexigencia y evalúa cuán identificado te sientes con ella.

Qué es la autoexigencia

La autoexigencia tiene que ver con el punto en el que empezamos a sentirnos satisfechos con nuestro rendimiento. Por lo tanto, en mayor o menor medida, todos somos autoexigentes. La dimensión de más o menos se entiende en un contexto de comparación.

Por otro lado, que tardemos mucho en alcanzar este punto puede provocar emociones realmente displacenteras, acompañadas de una sensación permanente de insatisfacción. Para visualizarlo mejor, pensemos en Lisa Simpson: su presión por hacer las cosas bien le trae grandes dificultades a la hora de mantener la calma o entregarse al placer.

¿Te planteas metas rígidas o poco realistas?

Las personas con una autoexigencia desmesurada suelen imponerse a sí mismas objetivos que salvo milagro no alcanzarán, o lo harán a un coste muy alto. Y, lógicamente, terminan frustrándose.

Lisa defiende con uñas y dientes sus principios morales en relación al vegetarianismo, al feminismo y la justicia social, alimentando una preocupación disfuncional. Incluso se la ha tildado de megalómana, una condición psicológica incluida en el trastorno narcisista de la personalidad según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales.

¿Te consideras una persona perfeccionista?

El perfeccionismo está asociado a la autoexigencia. El afán por alcanzar la excelencia y la persecución por cumplir a rajatabla con los deberes da cuenta de una personalidad hiperautoexigente.

Así, quienes son hiperautoexigentes evalúan su desempeño a partir de un listón demasiado elevado. En la escuela, Lisa nunca se conforma con una nota menor a 10. En tal caso se siente indigna y miserable. ¿Te resulta familiar?

¿La autoexigencia te hace compararte con los demás?

Generalmente, las personas muy autoexigentes tienen problemas con la autopercepción. Rara vez experimentan la sensación de satisfacción con su trabajo. No tienen referencias en las que logren ver esos valores que tanto persiguen; así, con frecuencia, terminan sintiéndose inferiores a las personas de su entorno.

Pese a su asombrosa inteligencia, la hermana de Bart y Maggie a menudo se siente inferior a los demás, avergonzándose por “estar después” de otras personas. Cuando aparece una niña igual de inteligente que ella, se siente abrumada, sencillamente porque no es capaz de gestionar esa situación.

¿Tienes la sensación de que “nunca es suficiente”?

En el mecanismo psíquico de la autoexigencia extrema prevalece la sensación de insuficiencia. Nunca parece resultar suficiente porque la persona dirige toda su atención a lo que falta. Así es como la ansiedad y el estrés se vuelven moneda corriente en personas exigentes, sintomatología que a menudo vemos en la pequeña Lisa. A su vez, la autocrítica destructiva va de la mano de la autoexigencia desproporcionada.

¿Tienes el mismo nivel de exigencia con los demás?

Quizás recuerdes el capítulo en el que Lisa se vuelve vegetariana e intenta -sin éxito- que su familia la siga. Es en el que Homer y Bart cantan con ritmo “no vives de ensalada, no vives de ensalada”. ¿Lo tienes en mente?

Por intentar defender sus ideales, Lisa termina aislándose de sus padres y hermanos, amantes de la parrillada. Ella está convencida de que su postura es la idónea y que, por lo tanto, puede exigirles que la acompañen en su decisión de dejar de comer carne, basándose en un pensamiento polarizado.

La exigencia puede ser una gran motivadora y nuestra gran aliada. Sin embargo, un listón a una altura demasiado alta puede conseguir todo lo contrario. Así, si nos imponemos la obligación de saltarlo, podemos terminar lesionados.