Por Mario Fernando Prado
La detención de Nancy González fue un exabrupto jurídico. Primero, el show que montaron fue digno del peor delincuente —ella no lo es— y sobraba ese operativo que no respetó los derechos de una persona que, además de inocente, no se merecía semejante trato con perros, cámaras y armas. Algo así no lo vemos cuando encanan a un peligroso criminal o narcotraficante, pero lo hicieron al estilo Otoniel. ¡Vaya, vaya!
Segundo, la detención se debió a que Nancy envió carteras con algunas personas para el lanzamiento de una colección, lo cual no es contrabando, no constituye delito alguno, no existe ley que lo prohíba y es totalmente legal.
Lo tercero es que para ese tipo de “delitos” presumiblemente no existiría extradición a EE. UU. judicialmente hablando, según dictaminó un fallo hace algún tiempo.
Lo cuarto es que allí hay gato encerrado. ¿A qué viene tanto despliegue que se ha viralizado, destruyendo una marca mundialmente reconocida y premiada por los más altos heliotropos de la moda? ¿Envidia? ¿Retaliaciones? ¿Venganzas? Se suele decir que no hay peor enemigo que el de tu propia profesión y creo que todo apunta hacia allá.
Nancy González ha sido una empresaria exitosísima que lleva varias décadas luchando y abriéndose camino en los escenarios universales del glamur, así que para qué repetir sus logros y conquistas en ese mundo en el que las vanidades son capaces de urdir complots como el que nos ocupa.
No hay derecho a que se haya montado semejante espectáculo mediático para acabar con una persona que se ha ceñido a los parámetros legales en todo lo que ha hecho, como lo va a demostrar en los estrados judiciales de allá y de acá. Que se agarren quienes metieron la pata, porque en la contrademanda se les va a ir hondo, muy hondo…