Lo que se presumía como un ejercicio democrático para transformar una de las instituciones más importantes del país se convirtió en una muestra de apatía, confusión y riesgo. Las primeras elecciones celebradas de carácter judicial se vieron marcadas por el abstencionismo, reflejando esto el desinterés ciudadano, evidenciando desinformación, generando desconfianza y una peligrosa improvisación en un tema tan delicado como es la justicia.

La falta de claridad en la organización del proceso, dejó a millones de mexicanos al margen de una decisión crítica. ¿Cómo elegir a jueces, magistrados y ministros sin conocer sus trayectorias, propuestas o siquiera qué son los mecanismos de evaluación?

No hubo claridad, ni garantías de que la elección se basaría en el mérito y no en la popularidad o conveniencia política.

La democracia no se limita a depositar un voto: requiere información, reflexión y transparencia. Nada de eso estuvo presente.

Pero el verdadero peligro no queda sólo en el desinterés ciudadano que se vivió en esta elección, sino en lo que se avecina: un Poder Judicial, con jueces y ministros posiblemente moldeados más por sus intereses partidistas que por méritos profesionales. Esto claramente abre la puerta a un sistema judicial más débil, menos independiente y fácilmente manipulable por el poder político.

México enfrenta la posibilidad de que la justicia se vuelva rehén de la política. Y cuando la justicia pierde su autonomía, lo que viene no es transformación, sino una regresión.

Hoy lo que está en juego no es solo el sistema judicial, sino el futuro mismo del Estado de derecho en México. ¿Estamos listos?

¡El cambio es hoy!

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