Por Juan José Contreras Lara

Quienes pensaban que este 2022 sería el inicio de la recuperación post pandémica, a estas alturas, casi mediados de año, han tenido que reconocer que no sólo se equivocaron, sino que por mucho estamos ante un periodo tan difícil, que no es remoto que el mundo se encamine a una etapa de recesión económica.

Signos en ese sentido sobran. En la reciente cumbre anual del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, los presagios no pudieron ser más ominosos. Inflación descontrolada en muchos países. Guerra en Ucrania. Bloqueos y parálisis en las cadenas mundiales de suministro. El cambio climático y la crisis alimentaria. La pandemia de Covid 19 que persiste.

Todo ello suma a un entorno volátil y de incertidumbre en los mercados, lo que, aunado al fracaso de las políticas macroeconómicas por parte de los gobiernos, anticipan un segundo semestre de 2022 sumamente riesgoso y complicado.

En México vivimos una inflación galopante, sin que los paracetamoles que recetan en Palacio Nacional logren siquiera atenuarla. Los bolsillos de los consumidores, el mío, el de usted, los de todos, lo comprueban cada día. El poder adquisitivo se pulveriza, sin que las dádivas oficiales disfrazadas de programas de Bienestar puedan suavizar su desplome.

Otra gran tragedia es el empleo. Devastado por la pandemia, el nivel del empleo en México cayó y la cesantía se disparó. Pondera el gobierno que estamos regresando a los niveles de generación de puestos de trabajo que se tenían en 2019. Ese optimismo hay que tomarlo con mucha reserva, porque el manipuleo de cifras oficiales es muy engañoso. Eventualmente se trataría de puestos de trabajo con tres pesos de salario, es decir, empleos chatarra en general.

Agregada a ese entorno tan negativo, hay otra realidad. El desafío de la inseguridad. El país desde hace semanas está hundido en una espiral imparable de violencia, que ha puesto en jaque las estrategias tanto federal como estatales. Territorios enteros en numerosas entidades están bajo control de los grupos criminales, ante quienes están no sólo inermes, sino incluso sometidas, las corporaciones policiacas y el Ejército.

Paralelamente, se viven los prolegómenos de una sucesión presidencial que se anticipó demasiado, con los riesgos de que se profundice aún más la atroz polarización política que se sigue atizando desde la tribuna presidencial.

La simple observación de lo que sucede en todas las instituciones nos remite a una crisis sin precedentes. Todas ellas confrontadas, fracturadas, inmersas en diferendos de todo tipo. Sean legislativas, judiciales, administrativas, educativas, todas, de todo tipo.

Si esto es la 4T creo que no significa transformación, sino devastación. Es irracional, cierto. Suena suicida, pero es lo que es. No dudo que el país sea capaz de superarlo, aunque lo que no queda claro es qué clase de país quedará al final.

Fue una nota que se diluyó en la vorágine informativa del día, no mereció sino dos o tres columnas en interiores, apareció perdida entre los grandes titulares que reseñan la cotidiana confrontación de una clase política decadente, pero que muy bien puede resumir la escalofriante realidad de violencia e inseguridad que vive México.

Ella se llama María Herrera, sexagenaria o septuagenaria, no sé, pero ha tenido la fuerza suficiente para viajar a Roma y exponer ante el papa Francisco que nuestro país ha superado la terrible cifra de las cien mil personas desaparecidas.

Motivada por el dolor permanente de tener a cuatro de sus ocho hijos desaparecidos: Jesús, Gustavo, Raúl y Luis Armando, “lo que ha sido como morir cuatro veces todos los días”, María, fundadora del colectivo Familiares en Búsqueda, llegó al Vaticano y entregó un escrito al pontífice.

En el texto, luego de denunciar la indiferencia y acoso que sufren por parte de las autoridades, María pide al papa que “no nos olvide, rece por nosotros y llame a nuestros gobiernos a buscar a los desaparecidos y a detener la violencia, así como convoque a nuestros pastores a acompañarnos más y a la sociedad a ser más empática con nuestro dolor”.

También señaló María esa otra tragedia colateral a las desapariciones que es el rezago forense que padece el país, pues según las propias cifras oficiales existen más de cincuenta mil cadáveres sin identificar y tampoco se aprecia mucho interés oficial por abatir esa cifra.

No sé qué respuesta práctica pueda tener esa misiva de María. Quizá se pierda entre la burocracia del Vaticano o se diluya en los misteriosos caminos de la fe. Anticipo que el propio Francisco no es ignorante de lo que sucede en México, pero como tenemos un gobierno pseudo cristiano que es refractario a toda crítica, por más que sea reconvenido, no creo que varíe en absoluto su postura indiferente en torno a las desapariciones.

Y así, María y miles de familiares de desaparecidos continuarán su búsqueda en contra de todo, reclamando justicia sin más apoyo que su propia fe.