Ana Carolina González E.

En 2010 fui invitada a una conversación con jóvenes del Cesar sobre el mejor uso de las regalías en la región. Al aterrizar en Valledupar sentí la omnipresencia de la industria del carbón. Al bajar del avión me encontré con una delegación de una de las empresas y en el taxi, el conductor me contó que su hijo estaba haciendo una carrera técnica con la expectativa de encontrar un trabajo en la mina. Los muchachos con quienes conversé eran unos pela’os pilos preocupados por su departamento. Algunos también querían trabajar en las minas. No era de extrañar; al fin y al cabo, la diferencia entre un empleo en la mina y uno por fuera se contaba entonces y se cuenta hoy en varios millones de pesos.

En 2016 volví a conversar con funcionarios en la región, preguntándoles por su opinión sobre el eventual cierre de los mercados de carbón en el mundo. Me sorprendió su certeza de que habría carbón y regalías para rato.

La verdad es que la transición energética ha llegado a Colombia como de improviso, a pesar de que la reducción en más de un 40 % de la generación eléctrica por carbón en Europa, principal mercado del carbón colombiano, se ha producido a lo largo de la última década.

Debemos decirle adiós al carbón. Quienes compran nuestro carbón, nuestros clientes, han empezado a hacerlo. La crisis climática que atravesamos lo exige. De acuerdo con el último reporte de la Agencia Internacional de la Energía, ningún proyecto nuevo de explotación de petróleo o gas, ninguna planta de carbón debería ser desarrollada este año si queremos alcanzar la meta de cero emisiones en el 2050. La demanda de carbón ya ha caído también en Estados Unidos, y China se ha comprometido a no financiar más plantas de carbón en el extranjero. La economía global del carbón agoniza.

 

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