Por Oscar Athié
Entre un gobierno que lo hace mal, y un pueblo que lo consiente, hay una cierta complicidad vergonzosa: Víctor Hugo.
La Constitución no nos otorga ni nos concede el derecho fundamental de nuestra libertad, LO RECONOCE y garantiza, para que los órganos e instituciones del Estado hagan que se cumpla y que nadie la viole.
Sabemos que los gobiernos que someten, niegan la innata libertad de sus gobernados.
En teoría al convivir en sociedad, uno puede hacer todo lo que quiere, excepto lo que le está prohibido por las leyes reguladoras y que garantizan los derechos para todos.
Por el contrario, el Estado no puede hacer lo que se le antoje, solo puede hacer lo que le está permitido u ordenado por la ley, ya que él no es el soberano, el Estado existe como una necesidad para garantizar a todos nuestras libertades. Si algo justifica el Estado, si algo explica que yo tenga que sacrificar parte de mis libertades al convivir en sociedad, es la garantía que el Estado me debe dar como protector de mis derechos.
El principio de legalidad está claramente establecido en la Constitución, la que de ninguna manera debería ser violada por los órganos del Estado, los que están obligados a ser sus garantes.
La Constitución y la ley definen las atribuciones de los órganos que ejerce el Poder Público, a las cuales deben sujetarse las actividades que realicen, ratificando así el principio antes mencionado: el Estado no es libre para actuar, solo puede hacer lo que le está permitido.
Un ejemplo claro de sometimiento a la libertad es el régimen marxista-leninista cubano (60 años), o mejor dicho Castrista, que desconoce que “El Estado no es opresor de los ciudadanos”, porque para el comunismo el rol del Estado no es ser garante de los derechos humanos, ni el soberano es el pueblo, sino el gobierno.
Porque ¿que es el Estado? El maestro Eduardo García Maynez lo responde de manera sencilla: “Es la organización jurídica de una sociedad, bajo un poder de dominación que se ejerce en un determinado territorio”.
Población, territorio y poder son los tres elementos que constituyen el Estado.
Ahora bien, la concesión filosófico-política hace ver de distinto tamaño al Estado.
En un extremo está el marxismo-leninismo: “todo el poder para el Estado”, concentración de poder, por ejemplo, si el Estado produce harina de maíz y exporta e importa lo que sea, se ocupa de tener radios y televisoras, transporte, salud, educación, deporte, cultura, economía y hasta en la religión quiere meterse.
En la otra punta, el liberalismo extremo, el Estado no debe intervenir en nada o casi nada, tal vez emitir las cédulas de identificación de los ciudadanos. Para los humanistas y demócratas, dos frases determinan el tamaño del Estado: “Tanta libertad como sea posible, tanto Estado como sea necesario”.
Esto es lo que a mi me gustaría, no un gobierno con muchos personajes disfrazados con ideales comunistas o socialistas que no practican en su vida, y de los que creo que los propios Marx y Engels se avergonzarían.
No un gobierno que quiera participar de todo protagónicamente, no un gobierno o gobernantes que se les ocurre que son empresarios también, cuando no es lo suyo ni fueron elegidos para eso, afectando el buen desarrollo de la economía y del éxito de la gente y los ciudadanos.”Tanto Estado como sea necesario”.
Finalmente la civilización a evolucionado, la historia cuenta los casos del paso del poder concentrado e ilimitado, al poder distribuido y limitado; y del poder como mera dominación, al poder como instrumento del bien común, encontrándonos con fatídicos ejemplos históricos en los que la concentración del poder no es cosa buena, sino todo lo contrario.
Todo esto sucede también por el carisma que el gobernante puede tener, sucede el fenómeno de confundir la admiración con la idealización sobre una persona. La admiración es valorar las cualidades de una persona, sin perder nuestra autoestima, en cambio idealizar a una persona, es en realidad una trampa en la que exageramos las cualidades de alguien, al grado de restarnos nuestro propio valor, para otorgarle a otro el poder de la perfección, terminando en la fantasía de que ese otro es capaz de resolvernos el todo, lo que en realidad es completa y humanamente imposible. De ahí las altas cifras en cuanto a pòpularidad que en un momento dado han tenido nuestros gobernantes, sin excluir desde luego al actual, sucediendo que a pesar de los malos índices, sucesos y errores que puedan cometer, la idealización con la que cuentan, termina por ser quizá el peor de nuestros males, en malos gobiernos y no en aquello que realmente es lo necesario para el buen desarrollo de nuestro país, así como de cualquier otro.
La ciudadanía es el soberano, no el gobernante, y caemos en el peor de los errores, al darles más poder del necesario, que no es otro que el de acatar la voluntad ciudadana, no la de ellos. Una cosa es el respeto hacia una autoridad, y otra muy distinta, estar sometidos a su voluntad.
Les abrazo.