Cuando cursaba en el primer año de universidad, estábamos sentados en el aula varios compañeros de generación, Lizbeth Curiel, Octavio Ibarra, Gabriel Brun, el que esto escribe y otros dos compañeros de los cuales por el momento no recuerdo sus nombres, cuando de pronto entra el profesor y nos indica que nos va a realizar un examen.
Obviamente no sabíamos del mismo porque en su anterior clase, que era un viernes, el maestro no había llegado a dar su primera hora y nos fuimos a Sinfonía a tomar unas cervezas y a platicar –los viernes era un ritual hacerlo- los acontecimientos de la semana.
No se necesita ser un genio para entender que al irnos no nos enteramos que el lunes sería el examen que nuestros otros compañeros sí tuvieron conocimiento y se prepararon para el mismo a primera hora, es el caso que, aunque la mayoría de mis compañeros de juerga eran inteligentes, ese examen nos agarró desprevenidos, tuvimos que acomodar nuestras butacas, guardar los apuntes y…que fuera lo que dios quisiera.
El profesor nos pidió sólo una hoja en blanco y anotar diez preguntas, con el tiempo varios compañeros del salón –éramos ochenta por políticas de la universidad- entregaron su exámenes en el folder que tenía el profesor en su mesa; transcurridos treinta minutos, ya había como treinta exámenes en el folder y cuando el profesor salió al pasillo del aula a fumar su cigarro, Gabriel Brun, quien estaba en frente de la mesa del profesor, con un movimiento veloz –que el mismo Bruce Lee envidiaría- metió la mano al folder y sacó una hoja, la cual guardó inmediatamente debajo de su examen y miró hacia atrás, donde nos encontrábamos, para decirle a nuestra amiga a Lizbeth con una sonrisa triunfalista: “Liz…ya chingamos”.
Obviamente, nuestro regordete compañero se volvió el héroe del momento para nosotros, dejando muy lejos a Rambo, la teniente Ripley -de alíen-, Rocky Balboa, He Man, Hulk, o cualquier personaje de película de esa época. Con esa acción heroica existían las posibilidades de pasar con éxito el examen, el problema surgió cuando regresó el profesor y les dijo a los compañeros que habían entregado sus exámenes que se podían retirar en cuanto les pasara lista. Fue en ese momento que surgió un problema: el profesor no podía pasar lista porque Gabriel Brun tenía la hoja de la lista de asistencia. De inmediato, mi amigo pasó de ser un héroe a villano pues varios compañeros también lo vieron; entonces, hizo lo que cualquier estudiante inteligente haría, se paró a dejar su examen –obviamente sin contestar- y lo metió al folder junto a la lista de asistencia y salió del salón de clases:…soberbio!
Mis demás compañeros y yo con calma terminamos el examen, lo entregamos y salimos también; subimos al “volcho” de Octavio Ibarra y nos fuimos a Sinfonía a “platicar” la anécdota, sosteniendo nuestro amigo Brun que por pasarse de vivo “le había salido el tiro por la culata”.
Caso similar al de mi compañero de generación le sucedió al INE, las encuestas mandadas a realizar por ese mismo instituto en vez de favorecerlo lo perjudicó notoriamente y ese acto perjudicial –para el INE- resultó benéfico para el Presidente de la República y, por ende, a su partido Morena, pues ante la filtración de dicha encuesta -con las preguntas que había realizado el presidente en sus conferencias mañaneras- arrogaron efectos positivos a los porcentajes de aceptación de los encuestados la cual fue superior al 70% en favor de los deseos del presidente de la república.
En efecto, ante las preguntas de reducir el financiamiento a los partidos políticos, reducir las curules de las diputaciones federales y senadurías y al cuestionamiento de que la elección de los consejeros del INE y los magistrados electorales del TEPJF sea en las urnas, así como su reducción en sus percepciones salariales, lograron la aceptación ciudadana. ¿Por qué el INE se arriesgó a ser exhibido de esa manera cuando de antemano sabía el resultado de una respuesta adversa? Por el momento, no lo comprendo.
Sin embargo, lo que sí entiendo es que de proceder esa reforma electoral -en del mes de diciembre como sostiene el secretario de gobernación-, ya no habrá motivo aparente para que no prospere dicha modificación a la Constitución y a las leyes secundarias que regirán el futuro de los partidos políticos y de los árbitros electorales que los auditarán.
Si llega a materializarse dicha reforma –y ahora con la encuesta parece algo más seguro- con los apartados a agregar en su marco jurídico, la democracia como tal estará en riesgo. Me explico; reducir las curules en la Cámara de Senadores y de Diputados –ya sean federales o locales- originará que al quedar sin representación proporcional los partidos políticos de bajo porcentaje sufragado, sean los partidos triunfadores en las urnas los que controlen únicamente ambas cámaras legislativas. Y en ese caso, la sobrerrepresentación ya será legal y con ello el poder del partido político gobernante –Morena- y del Presidente de la República- será absoluto. Haciendo con ello que toda reforma, decreto o iniciativa enviada por el Ejecutivo Federal pase “como Juan por su casa” sin problema alguno, convirtiendo a éste en el faraón de México. ¿Y por qué le llamo faraón y no dictador o soberano? Porque en el antiguo Egipto el faraón era catalogado como Dios o descendiente directo de los dioses. De ese grado de poder estamos hablando.
En lo que respecta a restringir el financiamiento de los partidos políticos, esto puede sonar excelente, de hecho así parece; sin embargo, se corre un alto riesgo. Por ejemplo, imaginen que se aprueba la reforma en ese rubro, de acuerdo a la ley electoral la cantidad entregada a cada partido político es de acuerdo a la cantidad de votos obtenidos en una elección y si el partido gobernante o del Presidente en turno –hoy Morena- obtiene una votación estrepitosa -como en el 2018- y los demás partidos –PAN, PRI, PRD, Movimiento Ciudadano, PT y Verde Ecologista- logran apenas el porcentaje suficiente -2% del padrón electoral-, dichos partidos estarán al borde de la extinción política al no poder subsistir sin los recursos públicos, lo cual –muy a mi pesar- no resulta ser sano para el país pues sin dinero no habrá oposición y sin oposición no habrá democracia. Suena mal, lo sé, pero es la verdad; todo el dinero quedará en el partido gobernante y ya no habrá debate legislativo por el bien del país, sólo acuerdos copulares.
Y con respecto a que se les reduzca el sueldo de los consejeros del INE y de los magistrados electorales, estoy de acuerdo; pero en lo que no lo estoy es en que los integrantes de esos órganos electorales sean elegidos en las urnas; y no lo digo por estar en “contra de la democracia” sino porque si se realizara su designación por la vía del sufragio, los mismos tendrían que ser postulados por los partidos políticos porque ellos no pueden ir solos, nuestra legislación no lo contempla y aunque la ley lo ordenara, los candidatos a consejeros y a magistrados deberán su lealtad a los que los postularon –los partidos políticos- y de ser así, ya sabemos cómo resolverían sus sentencias o acuerdos electorales.
En definitiva, el tiro le salió por la culata al INE y el rebote de la bala le benefició al Presidente de la República, ya que si a éste le sigue acompañando esa tendencia científica marcada por las encuestas, aunado a una posible reforma electoral el próximo año -antes de las elecciones federales del 2024- resultaría probable –muyyyy probable- que le estemos diciendo adiós a la democracia en el país.
Sólo me resta imaginar -de resultar favorable esa reforma en este año o el posterior- al presidente Andrés Manuel López Obrador volteando a ver a sus corcholatas y políticos más cercanos diciéndoles “ya chingamos”, situación diferente a la de mi compañero Gabriel Brun, pues al final…a él si se lo chingaron..