Cuando niño, alrededor de los diez u once años, este colaborador recuerda que en los años setentas, cuando teníamos la oportunidad de viajar en la “POTRANCA” -una vieja camioneta Ford propiedad de mi señor padre LUCAS VENTURA- a la Costa Chica, Costa Grande o al poblado de Tixtla -cada  18 de octubre, por las fiestas del santo patrono que se llama como mi difunto padre- cada vez que nos topábamos con un retén militar, mi padre siempre nos ordenaba saludar, dar las gracias y, en algunas ocasiones, a compartir con los soldados los emparedados de jamón y pollo que, la madrugada antes del viaje, preparaba mi madre MERCEDES CABRERA.

Esas atenciones hechas, con respeto y cariño, a los elementos del Ejército Mexicano eran por la gran admiración y reconocimiento que mi padre les tenía a las fuerzas castrenses; valores que nos fueron inculcados tanto a mí como a mis hermanas Gloria y Socorro por el sólo hecho de ser –según mi padre- los encargados de protegernos. En respuesta de esas acciones de respeto, nos permitían el paso sin hacer fila para la revisión y a veces ni ésta nos era practicada.

Hasta el día de hoy, mis hermanas y yo guardamos respeto a nuestras fuerzas armadas; respeto que trato de inculcar a mis hijas Valeria y Mercedes, esta última que cuenta con la misma edad que yo tenía cuando iniciaba mi aventura familiar en los viajes por la carretera federal.

Por ello, puedo asegurarles –amigos de Mesa de Centro- que a pesar de que el tiempo ha transcurrido y dejé de ser niño, sigo viendo con respeto a los soldados y admirando su disciplina militar; pero también he visto con tristeza que los retenes militares en las carretera federales que transitaba con mi familia de niño ya no existen porque ahora me los encuentro en mi bello Acapulco de manera regular en varias de sus calles y avenidas, incluyendo las que se encuentran por donde vivo..

Hay que recordar que los mal llamados “guachos” se deben a su juramento patriótico con la Nación y con sus superiores, siendo precisamente esa lealtad la que los condena, pues se ha visto en más de una ocasión que son maltratados, vejados, insultados y humillados por la misma sociedad que juraron proteger y todo porque sus superiores les prohíben defenderse. Y si a eso le agregamos que ante la incapacidad del gobierno de protegernos ante la inseguridad “civil” que tenemos, los quieren continuar teniendo en las calles como policías de barrio hasta el año 2028.

Situación que está esperando que suceda el inquilino de Los Pinos a pesar de que antes de su llegada al Poder Ejecutivo sostenía que no se debía militarizar a país; por lo que ya no ve al ejército como su enemigo  sino como su secuaz pues ya avaló una violación constitucional al pasar a sus manos –castrenses- el control de una policía civil bajo sus órdenes.

Hay que ser claros, el ejército fue creado para ser el escudo protector de la soberanía de la nación –y sus habitantes- en tiempos de guerra y por ello nuestra Constitución ordena otorgar alimento y vivienda a sus elementos en tiempos de invasión; pero ahora, desde el término de la Revolución Mexicana, al ejército se le dotó de deberes sociales para conservar la paz…en tiempo de paz.

Y todo había sido excelente bajo ese rubro: ayudar a sus ciudadanos ante desgracias naturales que les han sucedido, generando con ello el respeto de la sociedad a sus labores de auxilio; sin embargo, el darle responsabilidades más allá de las que su marco jurídico les concede es no solamente ilegal sino también inmoral. Hasta el momento el ejército -o mejor dicho sus mandos superiores, Generales de División y Brigadieres- tiene el control de un aeropuerto, de las aduanas, de la construcción de refinerías y de un tren, destructor de la ecología. Y por si todo ello fuera poco, ahora también el de la policía civil nacional; lo que genera descontento en la sociedad mexicana -no sólo en partidos de oposición- al tener en un futuro no lejano una bota castrense encima de los códigos y leyes del país.

BIENVENIDO EL CUARTO PODER 

La prensa dejó por mucho de ser catalogada como el cuarto poder de la nación; sus investigaciones, críticas y chantajes hacían temblar a más de un político. En muchos casos causaron la remoción de algún funcionario gracias a esos reportajes de investigación. Sin embrego, desde que los cañonazos de dinero -“chayotes”- fueron aceptados por esos personajes de los medios de comunicación se fue perdiendo el poder de influencia en la sociedad y en el gobierno mismo

Por ahora, tenemos a un ejército con mucho poder y el monetario no es la excepción. El dinero que maneja el ejército es descomunal. Ya que no sólo administra el de su presupuesto cotidiano sino el que posee con las grandes obras y proyectos que el Ejecutivo Federal les ha obsequiado; esto, sin contar el dinero que ingresan en las carteras de los mandos superiores castrenses por actos de corrupción militar –pues no están libres de ello-  y de los negocios que podrán realizar con constructoras particulares que les dejen excelentes ingresos por administrar las obras públicas, los aeropuertos y las aduanas del país. Pues siendo militares que se manejan bajo sus propias normas, ¿quién se atreverá a auditarlos?

Y si llega a pasar la aprobación en el Senado de la República –con la venia del PRI- de la autorización a los militares a estar en las calles hasta el año el 2028 y con el aval de la Constitución, el poder del ejército será inimaginable, convirtiéndose irremediablemente y de manera legal, pero no legitima, en el cuarto poder en el país…¡Aguas..!