Pocas personas saben que en la Plaza de Garibaldi, Ciudad de México, está el mercado San Camilito, donde venden birria —sobre todo—, carne asada, pancita, pozole, flautas, quesadillas y alambres. La mayoría de estos negocios son propiedad de jaliscienses o sus descendientes, hasta la cuarta generación, que en voz alta invitan a saborear sus platillos.

El distintivo “pásele, pásele” se escucha desde los años ochenta en el largo pasillo de este merendero, al fondo de la plaza; esas voces, sin embargo, callaron durante los meses más duros de la pandemia; y ahora, con la sigilosa luz verde del semáforo sanitario, lo mismo que sus mariachis, vuelven a inyectarle alegría a este típico lugar del folclor mexicano.

Por eso has enfilado hasta aquí, después de mucho tiempo, luego de avanzar a pie sobre el eje vial Lázaro Cárdenas, entre las estaciones Garibaldi y Bellas Artes del Metro, y escuchar trompetas, guitarrones, las voces de quienes atienden sus negocios, aquí y allá, con esos rostros animosos que hasta hace poco dejaron atrás el alicaído periodo.

Lenta será la recuperación, lo saben, y, como siempre, honrarán la memoria de sus antepasados, aquellos que un día llegaron, muy jóvenes o niños, para trabajar y extender sus costumbres, como la gastronomía, que orgullosos enarbolan como estandarte; todo, con el eco del mariachi, también de aquellos rumbos, que están a tiro de piedra.

 

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