Enfoque Informativo

  • Dicen que del amor al odio hay una línea muy delgada, pero lo cierto es que hay razones que explican esta sensación tan común.

Puedes querer muchísimo a tus padres, pero cada vez que los visitas, al poco, estás deseando marcharte. Es posible también que tengas un amigo al que conoces desde la infancia. Es adorable y buena persona, sin embargo, cada vez se te hace más pesada su compañía. Si estas experiencias te son conocidas, debes saber que no estás solo.

Todos tenemos relaciones ambivalentes con más de una persona de nuestro entorno. Hay figuras a las que apreciamos, queremos y respetamos y, a pesar de ello, en muchos instantes nos incomodan y hasta las odiamos en algún momento fugaz. Esa experiencia emocional, la de sentir “odio”, resulta tan paradójica, confusa e incómoda que es común sentirnos mal con nosotros mismos por ello.

Podríamos decir aquello de que estamos hechos de carne, células y sangre, no de chips y conectores de plástico. A diferencia de las máquinas, estamos sujetos a la contradicción emocional. También podemos recordarnos que no existen las emociones puras, no todo es amor sin fisuras. Sentir incomodidad, desprecio y enfado en nuestras relaciones es completamente normal.

Querer a alguien, pero no aguantarlo: ¿por qué ocurre?

No soportar a las personas que amamos no nos convierte en malas personas, sino en humanos de lo más corrientes. Esto es algo que sienten a menudo muchos maestros y profesores: adoran a sus alumnos con todo su corazón, pero hay días en que los detestan. Sin embargo, no odian realmente a esos niños, lo que les incomoda es su conducta intrusiva o que no respondan a sus demandas.

Lo mismo sucede en muchas familias. Uno puede querer de manera sincera, pura y auténtica a sus padres, a sus abuelos o hermanos. Sin embargo, somos conscientes de que, debido a ciertas actitudes, reacciones o valores, no podemos compartir mucho tiempo con ellos. Al final, el único modo de mantener el vínculo con ciertas personas es viéndolas lo menos posible.

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