Por Guillermo Hernández Acosta

Por las céntricas calles de Tecpan se escuchó se escuchaba un sonido no muy peculiar, pero se distinguía de todo el barullo comercial.

Se trataba de un jóven organillero, personaje poco común por esta región, la melodía era generada por el organillo de madera que manipulaba Uriel Benítez Hernández, quien llegó de la Ciudad de México para ganarse la vida por estás tierras con un instrumento que poco a poco va quedando en el olvido.

Uriel Benítez, contó, que ha visitado los estados de Puebla, Cuernavaca, Tlaxcala, Querétaro, Oaxaca, Morelia y en Guerrero, ciudades como Chilpancingo, Iguala, Taxco y Acapulco.

El recorrido no lo hace solo, ya que en todo momento lo acompaña su esposa, quien es testigo en el intercambio de la música de su instrumento por monedas y billetes con la población que aprecia este instrumento.

Benítez Hernández, contó que su labor se basa en la forma de trabajo que inició en la capital del pais, donde la casa Wagner y Levien renta sus organillos a las personas que quieran ganar algo de dinero tocándolo en plazas públicas.

El origen del organillo conocido en el país es alemán. Sus creadores son los miembros de una familia de migrantes alemanes que se instalaron en México y fundaron la casa de instrumentos musicales Wagner y Levien, destacado principalmente por la gran calidad de sus pianos, lo que los situó en los registros de la historia musical de México.

A ellos se les atribuye la creación del órgano de tubos u organillo, mejor conocido como organillo.

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