Por Ana Cristina Restrepo Jiménez
Hace dos semanas, el editorial de El País celebró el ensayo clínico del proyecto Survive. Ocho hospitales diseñan el primer plan nacional para reducir el suicidio juvenil. En 2020, fue la segunda causa de muerte de jóvenes en España.
Durante los años 70, en Medellín, después de visitar a mi abuela, pasábamos por el camposanto de San Lorenzo: “Allá enterraban a los suicidas”, decía mi papá, mientras en el carro reinaba el silencio de mi mamá y mi hermano. Yo imaginaba que los suicidas debían ser unos señores muy destacados para tener su propio cementerio.
Desde chiquita había oído, entre cuchicheos, que a un familiar “se le había disparado una pistola en la cabeza”. En la adolescencia, sumergida en las letras de los poetas malditos, glorifiqué el “Club de los 27”, la delgada línea entre las sobredosis provocadas e involuntarias.
En los 90, cuando empecé a ser reportera, se presentó una racha de suicidios en el Oriente antioqueño. En la sala de redacción, recibimos instrucciones de no ahondar en el asunto por el riesgo del efecto “copycat”.
Solo a través de un amigo psiquiatra, Carlos Javier Abad, entendí que hay quienes viven muriéndose todos los días y todas las noches. Evoco nuestras conversaciones con los mismos versos de Baudelaire: “Nunca alcanzaré el honor / De dar mi nombre al abismo / Que me servirá de tumba”.
Libros como Lo que no tiene nombre (Piedad Bonnett, 2013), Las muertes chiquitas (Margarita Posada, 2019), La depresión (no) existe (Juan Carlos Rincón, 2020) o la película Mar adentro (Alejandro Amenábar, 2004) sacuden los estigmas en torno a la depresión y la libertad de disponer de la propia vida. Carlos Gaviria Díaz, cuyo padre se suicidó, decía que “guardaba el suicidio en un cajón”; él sabía que “estaba ahí”, pero nunca fue una idea que lo desvelara.
¿Qué pasa cuando varios miembros de una familia insisten en abrir el cajón? ¿Es posible superar el sentimiento de culpa? ¿Cómo ignorar tantos cajones abiertos tras el confinamiento?
El Hospital Psiquiátrico de Antioquia (departamento líder en todas las formas de victimización en Colombia) alcanzó su límite de ocupación. La prensa le dedicó un par de titulares… ignora que las urgencias psiquiátricas son tan escasas como efímeras, pobres en seguimiento. ¡Sobrevivir a las ideas suicidas parece un “privilegio” de quienes pueden pagar una consulta psiquiátrica particular e inmediata!
Pandemia, exceso de pacientes psiquiátricos no diagnosticados, adolescentes intoxicados por las redes sociales, profesores y padres de familia sin herramientas para identificar las alertas de suicidio o autolesiones…
¡Prevenir el suicidio es una meta mundial!
Inspirados en la serie After Life, Ricky Gervais y Netflix se asociaron con la organización CALM (Campaing Against Living Miserably), para apoyar la lucha por la salud mental. En 25 lugares del Reino Unido, han distribuido las bancas “After Life” para auspiciar compañía, solidaridad, redención. Una conversación a tiempo.
El País concluye: “Quien se quita la vida no quiere morir, sino dejar de sufrir. La frase significa que el problema incumbe al conjunto de la ciudadanía”. Survive trabaja con 300 jóvenes que intentaron matarse. En 2023 publicarán los resultados.
Mi amigo psiquiatra murió en un accidente, como el Ícaro del poema maldito. Nuestras charlas sobre la depresión continúan siendo una lección de abismo: vivir todos los días. Y, aun en la oscuridad, todas las noches.