Enfoque Informativo

En total fueron 197 mil los aspirantes que presentaron su examen de admisión este 2022, sólo entraron 19 mil 900.

El porcentaje de rechazados es similar año con año. Y también, cada vez que se consuma la entrega de resultados, hay un clima de quejas entre quienes no fueron seleccionados. La petición más común es que se expanda la matrícula. En términos de logística, eso es imposible, hay muchos factores a analizar.

Por un lado, la centralización de la educación ha llevado a que se vea a la capital de la República como la meca de los estudios superiores. Y no debería ser así por más que nos hayamos acostumbrado. El problema, en realidad, es mucho más grande que aprobar o no aprobar un examen de conocimientos. Desde luego, para nada hay que demeritar a quienes se preparan durante meses para conseguir el mejor puntaje y entrar a estudiar la carrera con la que tanto han soñado. Pero también es verdad que, en todo el país, no sólo deberían existir más universidad de calidad, sino también darle debida atención y presupuesto a las que ya existen y luego vigilar efectivamente que el dinero se gaste bien.

Hoy en día, las exigencias del mundo laboral dejan en entredicho la viabilidad de los planes de estudio universitarios. Por citar a la UNAM, la institución de nivel público de mayor demanda, es recurrente que sus estudiantes establezcan críticas hacia el exceso de conocimientos teóricos que reciben en las aulas, esto en detrimento de la práctica, el factor de adaptabilidad más importante a la vida real. No es lo mismo escribir un ensayo sobre cómo deberían ser las cosas que hacer las cosas como se debe.

Entrar a la universidad ha sido considerado como el mecanismo de ascenso social por excelencia. Sin embargo, habría que decir que esa garantía hoy es más falible que nunca. Y es mejor entenderlo como una realidad que sustentar todas las expectativas en un camino que, queramos o no, puede encontrar múltiples trabas. Son normales los casos de personas que incluso con posgrados batallan para encontrar un empleo decente.

Dicho de otro modo, la idea de que la educación superior garantiza un futuro próspero en todos los aspectos cada vez se desmorona más. Por un lado, podría decirse que no entrar a la universidad no debería ser tan traumático, pues no es el fin de las oportunidades: hay una vida fuera de la educación superior y, tal vez, también sería bueno tener la sensatez de comprender cuando un camino resulta inaccesible. Ciertamente, cualquiera podría citar ejemplos de profesionales, emprendedores, técnicos y obreros que tienen mejores sueldos que algunos egresados. Después habría que dejar claro que las excepciones no son norma y que el rechazo académico viene acompañado de incertidumbre y prejuicios.

Pero imaginemos un poco el escenario inicial solicitado. Si en efecto hubiera más lugares en las universidades, el dilema se haría todavía más irresoluble. Suponiendo sin conceder que el aumento de aspirantes aceptados fuera proporcional a un aumento de estudiantes egresados, ¿en dónde se podría acomodar a tantos profesionales? Por eso escrutar el acceso a las universidades públicas debería ocupar solo un fragmento del problema.

En México se vive una profunda crisis en cuanto a la calidad de los empleos. Dicen verdad quienes afirman que trabajo nunca falta, pero habría que mirar lupa cuántas opciones disponibles en el mercado laboral se ajustan a condiciones ya no digamos justas, sino meramente dignas. Y eso, de nuevo, es mucho más preocupante que pasar o no pasar un examen. Es el origen de todo y, lastimosamente, no hay un plan plausible para solventar ese asunto.

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