Roberto Fuentes Vivar

Estimada Doña Rosario:

Sé que usted estuvo este domingo en San Lázaro.

Ante esas mismas paredes que usted casi inauguró como diputada en 1982 del extinguido Partido Revolucionario de los Trabajadores.

En esa mole de 150 mil metros cuadrados de construcción, en donde siempre levantó la voz por los olvidados.

Sé que estuvo usted no sólo porque los diputados le rindieron homenaje con un minuto de aplausos (quizá el minuto más concurrido de la historia de ese inmueble porque nunca se habían reunido tantos diputados para una ovación como la que le brindaron, con casi nulas ausencias, porque todos querían estar ahí para la discusión posterior), sino porque su espíritu estuvo presente en la disputa por la nación que se cierne en estos momentos en nuestra patria, su querida patria.

Sé que su país, ese mismo país que compartimos en sueños hace décadas, estuvo en San Lázaro, en esa gran estructura que usted engrandeció dándole un nuevo significado al término “representación popular”.

Sé que esas manos pequeñas que ya acusaban las pecas de la vejez aplaudirían (así como le aplaudieron este domingo los diputados a usted y a su memoria) cada uno de los votos favorables a la reforma eléctrica, porque así lo externó muchas veces en su vida, en la que luchó por una nación más justa y porque los mexicanos fuéramos los que dirigiéramos los destinos de una industria estratégica para el país.

Sé que su lucha siempre fue por conocer el destino de su hijo (desaparecido en 1973), pero también sé que siempre pugnó por dar la voz a los más desprotegidos y sé (así lo platicamos en la vieja sede del PRT cuando usted contendió por la Presidencia de la República) que nunca estuvo de acuerdo con la forma en que los empresarios se apropiaron del país, precisamente en esa primera mitad de la década de los setentas. Platicamos en alguna ocasión que en su tierra, Nuevo León, se había iniciado la privatización del país (¿se acuerda usted?).

Por eso sé que en su presencia este domingo en San Lázaro, con esa voz bajita que comenzaba a crecer cuando alguien la encendía, les dijo traidores a algunos que antes propugnaban porque la industria eléctrica regresara a manos del Estado y ahora están de acuerdo en votar a favor de las empresas extranjeras que se han apropiado de la industria eléctrica para convertirla en un sector de utilidades privadas más que de servicio público.

Sé, y así me lo dijeron algunos de los asistentes, que la vieron merodeando las curules y revisando las consciencias de los legisladores, que para usted la moral nunca fueron los pesos ni los dólares, sino un estado de tranquilidad emocional, que nunca podrán lograr algunos diputados como la legisladora Margarita Zavala, a quien se le pidió este domingo que se abstuviera de votar por conflicto de intereses. No lo hizo. Desafió a la consciencia nacional.

Se que usted hubiera estado de acuerdo con una frase que circuló el domingo en las redes sociales, escrita por mi amiga (a quien no conozco físicamente) Beatriz Aldaco: “Intentaron privatizarlo todo: la luz del pensamiento y el pensamiento sobre la luz”. Lo sé porque su luz nunca se privatizó, sino que se expandió a tal grado que hoy hay cientos de colectivos especializados en la búsqueda de desaparecidos, cuando hace 50 años usted era la única.

Sé que los mexicanos le quedamos a deber y que ese detalle de entregar (en préstamo o empeño) al presidente Andrés Manuel López Obrador su medalla “Belisario Domínguez” para que él asumiera su lucha por los desaparecidos fue inédito. Estoy seguro que él habrá de responderle y por eso ha encargado a Alejandro Encinas ese tema. ¿Se acuerda usted de una reunión que sostuvimos precisamente con Alejandro Encinas hace muchos ayeres para documentarnos sobre los damnificados del crack de 1987? Ojalá sí, porque precisamente los beneficiarios del dinero que les quitaron a esos damnificados hicieron muchos negocios que terminaron para ser intereses de quienes hoy están en contra de la reforma eléctrica.

Sé que usted hubiera desconfiado de esas “fuerzas políticas” que llegan al poder (aunque sea a una legislatura) a través de las alianzas y que en los momentos decisivos del país muestran la traición como divisa, como ocurrió este domingo cuando el diputado Adrián Pintos se unió al partido Movimiento Ciudadano.

Y sé también que usted hubiera estado de acuerdo con la decisión del diputado priista Miguel Aysa Damas de votar de acuerdo con su consciencia, más que por una orden partidista. Y lo sé porque para usted su consciencia siempre estuvo más allá de cualquier consigna de una agrupación política. ¿Se acuerda que como senadora dejó usted el Partido de la Revolución Democrática para unirse al Partido del Trabajo cuando los chuchos (así con minúsculas, como si fuera perros) traicionaron los ideales de la izquierda para asociarse con los grandes capitales?

Sé que en estos momentos ya está Usted con su hijo Jesús, precisamente en el icónico día de la crucifixión de Jesucristo y con su torturado esposo, el doctor Piedra.

Sé que para usted 1973 fue el año en el que comenzaron las desgracias familiares. Y sé, no me lo cuentan, que ese año también fue el que marcó el inicio para que el empresariado mexicano (luego del asesinato de Eugenio Garza Sada, en el que involucraron sin bases a su hijo) de su natal Nuevo León, comenzara sus campañas para tomar el poder en México. Lo tomaron y a usted la dejaron como una leyenda, Pero una leyenda basada en la consciencia vale más que los miles de millones de dólares que significan desangrar la patria.

Pero no se quedó ahí porque sé que estuvo el domingo en San Lázaro para revitalizar consciencias. Y ahí estará el lunes y el martes si es necesario. Es su última batalla y sé que la va a ganar. Y estará ahí, cada vez que se discutan temas como la reforma eléctrica y la ley Minera. Ahí emitirá su voto porque tanto la luz como el litio sean para los mexicanos y no para los extranjeros.

Doña Rosario, la recuerdo con su rostro cicatrizado por los años, pero con la consciencia de buscar un México mejor en el cual los recursos del subsuelo y del viento sean para los mexicanos y no para quienes lucran con los supuestos beneficios de las industrias limpias, a costa de pagar miserias por rentar las tierras heredadas a precios de sólo ocho pesos por hectárea por semestre.

Dice el filósofo del metro: No hay mejor rosario, ni en semana santa, que el de Ibarra de Piedra.