Por Carlos Lemos

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, instala formalmente la Cumbre de las Américas, el máximo evento al cual asisten los jefes de Estado y de Gobierno de la mayoría de los países de la región.

El país sede, en este caso Estados Unidos, tiene la potestad de invitar a quien desee a su casa. Para ser coherentes con el respeto por la democracia, como única forma válida de gobierno en la región, se anunció inicialmente que no estarían presentes los gobernantes de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Ante la amenaza de no asistencia de algunos mandatarios en solidaridad con los no invitados, la Casa Blanca cayó en el juego del chantaje, en especial con el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Al final, AMLO no asiste, así como otros mandatarios, pues no estarán presentes los tres regímenes dictatoriales.

La promoción, defensa y mantenimiento de la democracia en la región no puede ser simplemente un eslogan más que se utiliza para los discursos oficiales. Es una realidad que tiene que ser fortalecida en todos y cada uno de los países de la región. Con todas sus imperfecciones, de las cuales existen muchas no solo en el vecindario sino en casa, la crisis generada por la pandemia del COVID-19 ha permitido evidenciar los grandes problemas que viven los países de la región en lo político, lo económico y lo social. Por este motivo, sumado a las serias amenazas contra la institucionalidad derivadas del populismo autoritario, es que una cita como la que se lleva a cabo en Los Ángeles debe tener como eje central el importante tema de la democracia. Hay otros aspectos importantes, sin lugar a dudas, que serán abordados y se ha trabajado en los documentos que se espera que sean aprobados por los asistentes.

No se puede caer en el chantaje de uno o más mandatarios que amenazan con su ausencia de la Cumbre, cuando de fondo está en juego el respeto por el Estado de derecho en el hemisferio. Que AMLO y otros dignatarios no estén presentes en solidaridad con tres dictaduras habla mal de quienes no asisten, no del país anfitrión. El año anterior se conmemoró el vigésimo aniversario de la Carta Democrática Interamericana, que fue suscrita por los mandatarios de las Américas en Lima. La Carta, como lo ha dicho el secretario general de la OEA, Luis Almagro, es una verdadera Constitución para el hemisferio. Que haya cuestionamientos sobre su eficacia no habla mal de la Carta como tal, sino de los mandatarios que desconocen sus principios básicos, amparados en altos niveles de aceptación o en la aplicación de medidas populistas que terminarán horadando la institucionalidad.

Se ha mencionado que el primer mandatario de Argentina, Alberto Fernández, hablará en nombre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que preside temporalmente, para criticar la no invitación a los tres autócratas. Más que una cuestionable solidaridad con gobiernos que no respetan los preceptos de la Carta Democrática y que violan como política de Estado los derechos humanos, debería ser este el momento para hacer una profunda reflexión sobre la realidad actual de la región en materia de democracia y cómo mejorarla. No deberían desgastar sus energías en legitimar a Miguel Díaz-Canel, Nicolás Maduro y Daniel Ortega, que continúan empecinados en mantenerse en el poder y de paso someter a sus países y ciudadanos.

Más allá de los debates sobre la utilidad de las cumbres, que suelen ser recurrentes frente a este tipo de eventos, lo cierto es que este es el espacio propio para el diálogo multilateral y bilateral entre los jefes de Estado y de Gobierno. Adicionalmente, se han llevado a cabo encuentros de la sociedad civil, de los empresarios y de alcaldes, y otra serie de foros que están destinados a fortalecer los vínculos entre los distintos actores de la región. Es de esperar que, luego de las tensiones surgidas, se alcance un resultado positivo.