Armando Escobar Zavala

El sueño democrático de Juan R. Escudero sigue esperando historiadores que no interpreten o mutilen los sucesos históricos en función de sus muy particulares militancias. El tema en sí ha acumulado documentos varios y anécdotas de su lucha social que, en mi concepto, tiene un dramático contenido humano y una profunda tragedia familiar, sin dejar de lado su incuestionable dimensión ética.

Las últimas horas de los hermanos Escudero (Juan, Felipe y Francisco), fueron dramáticas.

El 20 de diciembre de 1923, por la tarde, doña Carmen Galeana de Solano visitó con su pequeña hija Hilda a los Escudero, en su celda del castillo (fuerte de San Diego). La niña lloró cuando oyó a Felipe tocar en el violín su vals predilecto, Evelia. “Donde llora esa criatura, sin motivo, comadre, es que nos van a matar”, comentó Juan.

Al día siguiente, a las cuatro de la mañana fueron sacados en el camión de una fábrica de los españoles –La Especial-; amarrados de las manos llevados hasta el Aguacatillo, cerca de La Venta, por soldados vestidos de negro.  Ahí fueron acribillados en forma salvaje. Se ensañaron contra Felipe: su cuerpo presentaba catorce heridas. A Juan, caído y atravesado por las balas, le colocaron un arma en la nariz y le dispararon el tiro de gracia. Luego los dejaron abandonados.

Minutos después, pasó un arriero y oyó que alguien se quejaba entre  los matorrales y encontró a los tres hermanos “muertos”, pero al acercarse a Juan, éste abre los ojos, lo reconoce y le dice “Leovigildo (Avila Ozuna), vete a La Venta y dile a Patricio Escobar que venga”. Al parecer la bala que recibió en la nariz le había resbalado. Patricio (el hijo de Juan Escobar y Adelaida Pineda) era el comisario Ejidal, a quien conocía muy de cerca porque habían conformado las Ligas de Resistencia Agraria en La Venta.

“Entonces llegó don Patricio con la gente , le tomó la declaración  de su boca, y le dijo quienes lo fusilaron y todo como ocurrió. Esto me lo confirmó don Patricio antes de morir en su casa de la Quebrada. Dios lo tenga en su gloria. El libro que registró la declaración de Juan, tiempo después fue mutilado de las hojas, seguramente para ocultar a los responsables de tan oprobioso crimen”. A las 7 de la mañana murió Juan, afirma Chalío.

“Los fusilan al lado de una ceiba, era un arbolón como hasta allá. Tenía un follaje grande. No hay una placa que diga aquí mataron a los Escudero”.

Al cruzar el río de la Venta, en barrio Nuevo, vivía Felicitas, quien trabajaba con la familia Escudero y vendía tamales a los arrieros los fines de semana. Al amanecer escuchó disparos de fusiles y un presentimiento recorrió su mente. Felicitas pide a su hermana Alicia que la acompañe a investigar lo sucedido. Al llegar al lugar alcanzan vivo a Juan quien les pide le chupen la sangre que lo ahogaba y le diera unas pastillas que llevaba consigo en el pantalón. En los brazos de Alicia dijo sus últimas palabras: “Que mi sangre no sea estéril”.

Trasladan los cuerpos a la casa de la Hacienda donde minutos después llegaría montada a caballo doña Irene Reguera, con las enaguas enrolladas y las piernas aferradas el animal, sin otro pensamiento que la suerte de sus hijos. Le acompañaban en animales similares doña Maria de la O y la guera Leandra, que para entonces ya era concubina de Domingo Salas, el administrador de la Fábrica de Limón.

“Don Leovigildo, padre de Fermín Ávila García “El Mudo”, ese día trágico iba a laborar la tierra de su señora madre Antonia Ozuna, nacida en el año de 1871, propiedad que se encontraba junto al Cerro de la Campana. Se le llamó así porque cuentan que tenía un túnel que iba a salir a la laguna de la Testaruda, en cuyo interior se escuchan los tonos de una campana”.

El  cronista Enrique Díaz Clavel, afirma que los cuerpos fueron trasladados a la casa de La Venta de Patricio Escobar Pineda y en un carro de plataforma propiedad de Donaciano “Chano” Ponce, llevados a Acapulco.

“Doña Irene veló en su casa los cadáveres de sus hijos, impasible, sin una lágrima en los ojos; cuando fueron tendidos en sus camas, los persignó, les besó las plantas de los pies y se arrodilló a rezar el rosario”.

“Doña Irene Reguera viuda de Escudero (don Francisco había fallecido el 26 de marzo de 1923), con la razón perdida, sobrevivió diez años a sus hijos asesinados.  Acompañada de su hijo Fulgencio, murió el 6 de abril de 1934 a la edad de 75 años. Ninguno de sus hijos tuvo descendientes. El último de ellos, Fulgencio (los venteños le decían Papa Fuye) con su esposa Carmela Sierra, adoptaron un sobrino de ella, de la familia Sierra Sutter, que había nacido allá y se lo traen aquí y lo meten al colegio América, que era mixto, pero a doña Carmen no le asentaba el clima y se regresó a Estados Unidos. El niño era enfermizo, lo consentía mucho su mamá, lo bañaban con agua de garrafón. Se llama Felipe Escudero Sierra. Se casó con una muchacha en Londres y tiene tres niños, viven en San Francisco, en el Ocean Boulevard y tienen un negocio de fotografía en el muelle de San Francisco”.

Fulgencio, murió el 30 de diciembre de 1985 en esta ciudad de Acapulco. Su hijo vino al sepelio a despedirlo, regresando inmediatamente a vivir a los EEUU.

La utopía escuderista terminó en tragedia familiar.

*Este artículo es parte de una investigación extensa sobre los orígenes de la población denominada La Venta, la familia Escobar y sus vínculos con Juan R. Escudero. En recuerdo de mi padre Patricio Escobar Pineda. Mi agradecimiento a Lucio Rentería “El Caman”  a don Ernesto Lucena de la Rosa, a Rosalío Escobar “Chalío” y a muchos otros orgullosamente venteños, por su valiosa información. Al igual que a Francisco Escudero Valdeolivar.

Correo: aresza2@hotmail.com

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