Enfoque Informativo

El gran terremoto de Chile, ocurrido el 22 de mayo de 1960, tiene el dudoso honor de ser el mayor seísmo registrado por el ser humano.

Aquel domingo de primavera el suelo de la ciudad chilena de Valdivia tembló como nadie hubiera imaginado, una sacudida que, junto a las numerosas réplicas posteriores, se sintió a miles de kilómetros del epicentro. Casi 2.000 personas fallecieron, otras tantas resultaron heridas y se estima que al menos dos millones perdieron sus hogares. El evento se extendió durante más de diez minutos y alcanzó una magnitud de 9,5 MW​, la mayor desde que existen registros.

Sin embargo, un nuevo estudio, realizado por una colaboración internacional de investigadores, geólogos y arqueólogos ha descubierto que Chile también podría ser el escenario protagonista de un antiguo superterremoto que igualaría la magnitud registrada en 1960. El trabajo se ha publicado en la revista Science Advances y presenta evidencias de un evento sísmico, ocurrido hace aproximadamente 3800 años, tan poderoso que dejó marcas duraderas e identificables en el desierto de Atacama. Según los autores, este terremoto tuvo lugar en el norte de Chile e igualó la escala (9,5) del registrado en Valdivia, generando un megatsunami que golpeó países tan lejanos como Nueva Zelanda, donde las olas arrastraron rocas del tamaño de automóviles casi un kilómetro tierra adentro.

Los terremotos, y por supuesto los tsunamis posteriores, se encuentran entre los eventos más catastróficos del planeta. Son momentos de cambios dramáticos que dejan huella en la geografía de una región durante largos periodos de tiempo. Por ejemplo, el terremoto de Chile en 1960 hundió poblaciones enteras mientras que otras zonas se levantaron varios metros, un volcán entró en erupción y varios ríos cambiaron su cauce. Saber leer estas pistas puede ayudar a identificar seísmos antiguos. “El desierto de Atacama es uno de los ambientes más secos y hostiles del mundo, y encontrar evidencia de tsunamis allí siempre ha sido difícil”, explica James Goff, coautor del estudio y profesor en la Universidad de Southampton. “Sin embargo, encontramos evidencia de sedimentos y especies marinas que habrían estado viviendo tranquilamente en el mar antes de ser arrojadas tierra adentro. Y encontramos todo esto a gran altura y muy lejos de su hábitat en aquel momento, lo que indica que no fue una tormenta sino un gran tsunami lo que los arrastró hasta allí”.

Geoff había investigado una playa en la isla Chatham, en Nueva Zelanda, que incluía una gran cantidad de rocas, algunas del tamaño de automóviles, que habían sido arrastradas cientos de metro tierra adentro. Estos cantos rodados se remontan aproximadamente a la misma época que el terremoto que estaba buscando. “En Nueva Zelanda propusimos que esos cantos rodados solo podrían haber sido movidos por un tsunami procedente de Chile. El terremoto capaz de generar olas así debería igualar o incluso superar los 9,5 de magnitud y ahora lo hemos encontrado”.

La evidencia geológica aportada por los investigadores se deriva de una enorme franja de litoral levantada que se extiende a lo largo de más de 1000 kilómetros frente a las regiones de Iquique, Taltal y Atacama, así como contactos de erosión, fracturas en diferentes sitios arqueológicos y el descubrimiento de numerosos depósitos de un paleotsunami.

Una de las particularidades de este estudio es que, junto a estas pruebas geológicas, se aportan diferentes indicios arqueológicos procedentes de ese periodo. Hace 3800 años, la costa del desierto de Atacama albergaba comunidades de cazadores-recolectores. Las excavaciones de sitios arqueológicos encontraron edificaciones de piedra destruidas por grandes olas, justo bajo los depósitos del tsunami.

Para finalizar, los autores acudieron a diferentes modelos informáticos de propagación de tsunamis cuyos resultados apoyaban la visión general: un mega terremoto que produjo importantes fracturas y cabalgamientos en el litoral chileno y que generó un tsunami con olas de 12 a 20 metros.

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