Francisco Leal Buitrago
El aumento de ambientalistas corresponde al crecimiento de noticias acerca de la degradación de la naturaleza por actividades humanas. Cada vez son mayores los deterioros del medio ambiente, como la disminución de selvas y bosques nativos, la contaminación de ríos y lagunas, el arrasamiento de tierras por minerías y otros cuantos.
El factor inicial en tal degradación es el crecimiento de la población mundial. Desde la aparición del Homo sapiens —entre 200.000 y 300.000 años atrás— hasta el comienzo de nuestra era —año 1 d. C.— la población llegó a sumar 200 millones de habitantes. En el año 1000 alcanzó 310 millones y en el año 2000 sobrepasó los 6.000 millones. Ahora llega a 7.800 millones. Factores como el “descubrimiento” de continentes, la aparición de la agricultura y avances en la medicina explican este crecimiento. El control de la natalidad lo limita ante todo la pobreza, la miseria y las desigualdades sociales.
Pero el factor principal tanto del crecimiento poblacional como de la degradación de la naturaleza es el uso de combustibles fósiles, que es la causa última de la mayor manifestación de la debacle ambiental: el calentamiento global, que ha traído huracanes, tornados, inundaciones, sequías, incendios forestales y muchos desastres más. Este siglo ha sido emblemático en tal sentido, pues los análisis al respecto se han incrementado como nunca antes. En este diario sobresale Juan Pablo Ruiz Soto, con sus excelentes columnas. Otros columnistas, como José Fernando Isaza, multifacético en temas tratados con gran detalle, incluyen el medio ambiente (p. ej., “Reducir el metano”, 26 de agosto pasado).
Las preocupaciones mundiales sobre el particular se concretaron hace poco. La Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático se estableció en 1992, en la Segunda Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro, y entró en vigor en 1994. Con ello se creó la Conferencia de las Partes (COP), como órgano supremo de la Convención y asociación de todos los países que hacen parte de ella. La COP1 fue en Berlín, en 1995. De ahí en adelante siguieron anualmente, en diversas ciudades y continentes, pero con escasos avances. Ha sido una lista de buenos propósitos, ideas, promesas, protocolos y acuerdos que se han quedado en el camino. Hay varios ejemplos. La COP15 (2009), en Copenhague, cifraba gran esperanza para disminuir emisiones de gases de efecto invernadero, con un acuerdo vinculante para todo el planeta. En sus vísperas, China, EE. UU., India, Brasil y Suráfrica decidieron que lo que se acordara no era vinculante. En la COP19 (2013), en Varsovia, hubo abandono masivo de la cumbre. La COP26, en Glasgow (2020), se aplazó para 2021. El 31 de octubre pasado, el presidente Duque llegó a Glasgow con muchos acompañantes —como siempre—, consiguió recursos, hubo gira posterior por Europa, Emiratos Árabes Unidos e Israel, todo sumado a muchas promesas, ¿se cumplirán?
El planeta se desgasta a mayor velocidad de lo prometido para impedirlo. A este paso, ¿qué pasará en un futuro con el Homo sapiens?