Por Patricia Lara Salive

Dividir el mundo entre buenos y malos es de los comportamientos más generadores de violencia, nos explicaban a los reporteros de Cambio 16, hace 26 años, los doctores Otto y Paulina Kernberg, psicoanalistas considerados en ese momento autoridades mundiales en las llamadas personalidades fronterizas.

Ese maniqueísmo —unido a otros factores como el maltrato físico, psicológico y sexual en la primera infancia, y la falta de una justicia que opere e impida que la gente busque hacer justicia por mano propia— puede disparar la violencia porque incita a la sociedad a que piense: “Aquí estamos los buenos y allá están los malos; los buenos tenemos el derecho y hasta el deber de acabar con los malos”. Con esa reflexión de base, los comportamientos violentos para arrasar con “los malos” casi pueden comenzar a ser vistos como un mandato de Dios. Entonces se extiende la violencia…

Pues bien, ahora la gran sorpresa es que la Coalición de la Esperanza, esa que dice que lucha contra los extremos y desea unir al país, esa que debería entender más que cualquier otro sector que no hay nadie completamente bueno ni completamente malo, es la que está dando el peor ejemplo de maniqueísmo: resulta que Íngrid Betancourt —quien hace poco declaró que César Gaviria, el jefe del liberalismo, “está en la posición de darle «el revolcón» al Partido Liberal, cuando más se necesita. Ya empezó a hacerlo, porque le apuesta a Alejandro Gaviria, que es lo más opuesto a cualquier maquinaria”— en el debate del martes descalificó públicamente a Alejandro por recibir el apoyo, a título individual, de Germán Varón Cotrino, un político de Cambio Radical que, hasta donde sé, no tiene investigaciones en contra.

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